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viernes, 16 de mayo de 2014

Si no pasa en Lima, no pasa en el Perú, por Diana Seminario

Fuente El Comercio Viernes 16 de Mayo 2014.

DIANA SEMINARIO MARÓN @Dianasemi
Tuvo que morir Ezequiel Nolasco para que viéramos que algo se estaba pudriendo en Áncash. Y tuvo que estar en peligro una de las inversiones privadas más grandes que haya visto el Perú en materia de minería para que pongamos los ojos en Cajamarca.
Desgraciadamente así somos. Un país centralista y presidencialista, donde los únicos escándalos nacionales que importan son aquellos que tocan a los ministros, congresistas y cualquier otro que tenga que ver con el poder central.
Los pueblos que sufren la corrupción de sus autoridades regionales y municipales se cansan de marchar, de gritar, y los pocos representantes que tienen en el Congreso, y que podrían –por lo menos– hacer bulla, se ponen de costado, pues en muchos casos han recibido el apoyo de la autoridad cuestionada.
Nombres como ‘La Centralita’, Ezequiel y Fiorela Nolasco empezaron a sonar en las portadas de los diarios nacionales y en los reportajes de la televisión recién este año, pero Áncash ya tenía buen tiempo de padecer a su presidente regional César Álvarez que, por esas paradojas de la política, tuvo como trampolín a un partido nacional: nada menos que el Frente Independiente Moralizador (FIM), para luego, con su partido Cuenta Conmigo, aliarse con Solidaridad Nacional.
Esta es la nueva política regional. En 24 horas hemos visto cómo dos presidentes regionales de las zonas donde se recibe el mayor canon minero (Áncash y Cajamarca) han sido denunciados por corrupción y crímenes.
   
Sabíamos de la lucha antiminera y anticapital e Gregorio Santos, mientras que César Álvarez afirmaba que él le pondría alfombra roja a Conga. Eran como los antípodas: el que bloqueaba la inversión privada  y el que la recibía con las manos abiertas, pero son lo mismo, por eso le tocó caer a uno detrás del otro. La corrupción no tiene ideología.
Esta resultó ser la política del quién da más, en la que hasta algunos de los partidos nacionales decidieron claudicar al no poder combatirlos o, en el peor de los casos, se les unieron.
¿Qué pasó? ¿En qué nos equivocamos tanto para tener la peor de las corrupciones al interior del país? ¿Es verdaderamente como se dice que este es el reflejo de lo que es el país?
Estamos a cinco meses de que se produzcan nuevamente elecciones regionales y municipales y parece que no hemos aprendido la lección.  Álvarez y Santos pueden no volver al poder, pero nadie nos asegura que sus reemplazantes no sigan el mismo camino. El botín que tienen por delante es inmenso.
El escenario es más que desalentador, porque por desgracia el cáncer ya hizo metástasis y empieza a asomarse en –casi– todos los niveles: fiscales que recibieron 30 mil soles por callar, periodistas pagados por no denunciar.
Como reza el dicho: si no pasa en Lima, no pasa en el Perú, y así fue que cuando nos percatamos que la impunidad avanza descaradamente ante nuestros ojos, empezamos a reaccionar. Ojalá que no sea tarde y –aunque suene utópico–  el 5 de octubre tenemos la oportunidad de empezar a cambiar.

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